Memorias de Adriano es un relato admirable
y ya un clásico,
La trama nos muestra a Adriano ya en su vejez
reflexionando sobre los vaivenes del poder,
las conquistas,
los turbios episodios palaciegos,
las horas de triunfo y de peligro...
De la mano de la magistral pluma de Marguerite Yourcenar Adriano nos relata su propia historia, despojándose por momentos de su investidura de Cesar para mostrarnos su portentosa humanidad.
Bajo la forma de una autobiografía imaginaria,
minuciosamente fundamentada en la realidad histórica, Marguerite Yourcenar
reconstruye una visión espectacular del
gran pasado clásico.
Como anécdota y para confirmar lo admirable de este relato y el momento que inmortaliza su Memorias de Adriano , cuenta Yourcenar, que una vez encontró, en una carta de Flauber, esta frase inolvidable:
"Los dioses no estaban ya
y Cristo no estaba todavía
y de Cicerón a Marco Aurelio
hubo un momento único
en que el hombre estuvo solo".
En 1955, Marguerite Yourcenar escribe
Mémoires d’ Hadrien (Memorias de Adriano).
Es allí, en las notas agregadas al final de la novela, donde repara en la figura del compañero del
emperador Adriano:
Antínoo,
“... único en la Antigüedad de supervivencia y de multiplicación en la piedra de un rostro que no fue ni el de un hombre de Estado ni el de un filósofo, sino simplemente el de alguien que fue amado.”
Este no es un dato menor:
nuestra cultura occidental,
nuestro sistema de representaciones
y de puesta en circulación de símbolos,
reserva un lugar privilegiado
a aquellos que se espera que sean imitados en el futuro.
La escultura,
el busto,
el monumento...
tienen la función de enviar mensajes en el tiempo
y actualizar permanentemente
el cuerpo de aquel que ha obrado algo memorable.
Para Marguerite Yourcenar,
Antínoo es el único caso de la Antigüedad
en el que el sujeto conmemorado
no hizo otra cosa más que dejarse amar,
y si hizo algo, fue nada menos que
atormentar el corazón de un emperador.
Tal vez podríamos pensar que la imagen de Antínoo
es un mensaje que Adriano pone en el mundo
para que se tengan noticias tanto de su poder
como de su imposibilidad por detener la fatalidad.
Marguerite Yourcenar culmina sus notas diciendo sobre los personajes históricos que pone en acción:
“... he dejado de sentir esos seres,
su inmediata presencia,
esos hechos,
esa actualidad;
permanecen cerca de mí,
pero desordenados,
ni más ni menos como los recuerdos de mi propia vida (...)
Lo que era capaz de decir ya está dicho;
lo que hubiera podido aprender ya está aprendido. Ocupémonos ahora
de otras cosas.”
No se distingue así entre la historia privada,
(personal-conocida o ajena-posible)
y la Historia pública, (universal):
todo es relato,
luego todo es objeto de destrucción y recreación, quedando solamente en pie algo así
como los intentos de esculturas
que hace el artista para su amante desaparecido,
es decir, el texto mismo,
los signos que lo ubican otra vez en el mundo
para siempre.
Para las doctrinas que creen en
la trasmigración de las almas de un cuerpo a otro, este proceso de traslado se ha dado en llamar
Metempsicosis.
En este caso, del cuerpo se pasa a la piedra o al texto, en definitiva, a alguna especie de signo:
el resultado es que no sobrevive un sujeto,
sino lo que éste dejó plasmado en otro.
“...oscura percepción de que
el amor por una persona determinada,
aún siendo tan desgarrador,
no suele ser sino un hermoso accidente pasajero,
menos real en cierto sentido
que las predisposiciones y opciones que lo preceden
y que sobrevivirán a él.”